Por Guillermo Korn
“…tenía cubierta la cabeza con un gran bonete de papel de diario, de forma piramidal, y recitaba, con forzado entusiasmo, un discurso de Avellaneda”.
Julián Martel
La insistencia, por parte de la editorial que publicó Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX, en marcar el regreso o la vuelta de su autor podría hacernos suponer, en principio, que remite a un criterio publicitario. Viñas nunca se fue de la narrativa, menos de la literatura en términos más generales. El ensayo, al que se dedicó en los últimos tiempos, en su singular estilo, es también literatura.
No retorno de algún otro lugar, ajeno a la narración, pero sí una vuelta que resignifica a sus novelas anteriores y juega una escritura coral.
Sobre lo coral
En su teatro, como en las obras clásicas, el coro arma y contiene la acción dramática: sea en forma de vacas, oposición política, langostas, indios, o payadores. La excepción: Walsh y Gardel, donde la única compañía del protagonista –en la soledad más absoluta– era su canario mudo. Pues bien, en Tartabul se presenta, quizás como en ninguna de sus otras novelas, la cuestión coral. Los cinco personajes en busca de un narrador –el propio Tartabul– son el coro de la historia. Pero si en el teatro cada voz necesita unificarse en el conjunto, sin sobresaltos ni destacándose sobre las demás, atenuando sus matices y diferencias, en la novela cada una cobra un protagonismo. Los seis personajes (en la contratapa del libro se hace una cuenta errónea omitiendo uno de ellos), acercan sus registros mostrando sus distintas voces aunadas en una sola: la del Tarta. Es él quien les da la corporalidad, a quien le hablan y quien los habla.
En La Bolsa, Tartabul corporizaba el discurso del poder, actuaba bajo amenaza y era reprimido por unos pocos. En esta novela, Tartabul corporiza las voces de sus compañeros y la amenaza se vislumbra como latente descomposición social.
Y la relación con las otras novelas
Quienes han leído la narrativa de Viñas, plantean, y si no está escrito merecería estarlo, las diferencias de estilo entre, por ejemplo, Los dueños de la tierra y Cuerpo a cuerpo. La primera inaugura la lista de las novelas donde la Historia política es el eje sobre el que se hilvana la historia narrada. En la segunda, como luego en Prontuario, ese todo se fragmenta: se condensan las voces, los tiempos históricos, las clasificaciones, los discursos, las prácticas de los personajes. La trama se espesa, se coagula, se secciona. En esta serie se inscribe Tartabul. Aunque ese espesor, esa condensación se licúa con más humor, con cierto juego poético y lúdico con las palabras. Epígrafes, mensajes, fragmentos de cartas y entrecruces de pequeños relatos. Son las historias personales las que hacen la Historia: la aluden, la hacen metáfora, estallan su presunto decir único. La presencia urbana incluso, permanente en la obra viñesca, aparece más diluida por los recuerdos infantiles de los personajes de la ciudad de antaño, donde los márgenes se confunden con los del campo.
Viñas escribe –hablando sobre Sarmiento– que la novela como género se diferencia del ensayo por su riesgo de desproporción y locura. La locura como sumisión a la lógica derrochona de una lengua que se emancipa de controles. La fuerza de Tartabul… radica en esa elección por la musicalidad deliberada, la desproporción y la inestabilidad.
Viñas, entonces, no regresa: persevera e inaugura.