Por Horacio González*
Lo popular es la forma de conocimiento más profunda, y esto no quiere decir que, justamente, no precise continuamente revisarse a sí mismo. Lo popular interrogado a sí mismo no deja de ser popular, pero adquiere todos los tonos necesarios de la vida intelectual, que no puede ser opuesta a la vida popular, si bien el drama político argentino muchas veces tuvo una referencia explícita a esta oposición que tanto costó en términos de los procesos educativos, políticos, ya que no puede haber una vida intelectual que no sea una vida popular, pero no puede haber una vida popular complaciente consigo misma que no se proponga un examen profundo de todos sus implícitos.
La vida popular tiene muchos implícitos, vive casi de implícitos, vive de saberes tácitos, vive de saberes no declarados. Muchas veces agradeceremos que los saberes no sean declarados, porque el erudito un tanto fantasioso como presumido vive de declarar su saber. No es que no necesitemos eruditos -que a veces lo somos- […].
El conocimiento no es otra cosa que conocer de qué modo usamos lo que creemos que sabemos. Por eso dije antes lo de autoridad, lo digo en un impulso libertario que creo todos tenemos. Lo digo también con el profundo deseo de que la Argentina construya sus formas de autoridad en una democracia que aún deberá tener perfiles más hondos que los que supimos conseguir hasta el momento, porque es vacilante y contiene profundas notas de injusticia, que no las queremos pero están ahí. Entonces es necesario hacer de la democracia una experiencia cognoscitiva, y por eso las instituciones que hay que crear. ¿Cuales son éstas? Están las universidades, a las que muchos de nosotros pertenecemos, pero estas deben mirarse también en el espejo de las experiencias, que no dejan de ser institucionales, como es ésta, pero que toman y abarcan una gran porción de los impulsos de conocimiento de una sociedad civil (como se decía antes, y por comodidad seguimos dieciendo ahora).
El saber del carpintero es un saber muy profundo, es más antiguo que el saber del sociólogo, y siendo buen carpintero muchas veces es buen sociólogo, o buen psicólogo. El saber del médico es antiquísimo, sus formas tecnológicas contemporáneas muchas veces no dejan de ser motivo de una profunda nostalgia, de los saberes medicinales de las sociedades antiguas.
El saber del ingeniero es muy antiguo, pero no por eso en la sofisticación contemporánea dejamos de anhelar el hálito que tenía el saber del artesano, e incluso el saber del alquimista. El saber del zapatero, el saber de un empleado público, son todos saberes que aparecen como llenos de cenizas, burocráticos, pero es necesario liberarlos, en medio de la fácil crítica que hacemos de los saberes burocráticos, ¿quién no las hace? ¿ y quién no es un poco burócrata de sus propios conocimientos? No podemos olvidarnos que todo momento burocrático tuvo antes su momento revolucionario anterior, o formas muy creativas que fueron siendo sofocadas, ¿por quiénes? Por nosotros mismos.
De modo que en ese sentido es posible imaginarnos develando de nuestra propia conciencia todo aquello que tiene de indebidamente ritualizado, previamente fijado, en formas falsas de autoridad. La verdadera autoridad surge de una suerte de don donde decimos cosas que no esperan retribución inmediata. Si esperáramos de todo una retribución inmediata cualquier forma de conocimiento se parecería a formas de toma y daca, o formas de un mercado donde cada acción tiene, como se suele decir, una contraprestación. No es que eso no exista, vivimos en una vida inmersa en ese tipo de acciones, pero la vida del conocimiento es liberar esas acciones que aparecen en fórmulas de mercado y hacerles recordar el pasado que tuvieron, muchas veces revulsivo, muchas veces revolucionario.”
*Discurso inauguración de la Facultad Libre de Rosario, 2006.
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