Crítica de "I Confess" (1953) de Alfred Hitchcock

Los textos a continuación fueron producidos en el marco del taller de crítica de cine coordinado por Leandro Arteaga en la Facultad Libre.

“Not guilty”, pero no “inocente” Autora: Maruja Suárez Armán

Mi secreto me condena fue filmada en Quebec, en 1953. Está basada en un play católico escrito en 1902 por Paul Anthelme, titulado “Nuestras dos conciencias”, y que su argumento daba vueltas en la cabeza de Alfred Hitchcock. Como en muchas películas de Hitchcock, ésta gira en torno al tema de un falso culpable, tema muy del gusto de Hitch. La historia es la de un sacerdote cuya conciencia le fuerza a asumir la culpabilidad de un crimen perpetrado por otro hombre, cercano a él, y que escucha en confesión ese crimen. Se inicia así una batalla de índole moral y religiosa. El personaje encarnado por la actriz Anne Baxter, siempre con su estilo hierático, bella mujer “ rubia “ muy de Hitch, y cuya historia que agrega intriga al film, la iremos conociendo de a poco con el avance del film y con un manejo del tiempo excelente por parte del director y del guionista. Con pocos diálogos, como prefiere muchas veces Hitchcock (salvo los de Otto, interpretado por O. E. Hasse) que muestra un interesante juego de ¿espejo?, ¿culpabilidad?, destacando la idea de castigo, deber y perdón, propios de la religión católica (¿y quizás de otras?), y muestra también cómo la sociedad prejuzga, opina y condena. Destacable la precisión con la cual se manejan la tensión y el suspenso a lo largo de la película. Ya en la escena inicial el cielo oscuro, las cruces en las torres de las tantas iglesias que hay en Quebec, el caminar de un sacerdote, descendiendo por húmedas y siniestras calles que van llevando la mirada del espectador, repetidas veces, hasta penetrar por la ventana y encontrarnos con el cadáver. Genial. Las escaleras de espiral son casi una ensoñación durante el relato de Anne Baxter ante el Fiscal y el Inspector incriminador (excelente en sus miradas y gestos). Planos y luces que a veces pareciera que a la cámara la maneja Dios, desde lo alto. La luz juega destacable, remarca gestos en los rostros de temor, agresividad; y otras veces la luminosidad destaca, casi sin palabras, la ternura, el amor y la compasión. Hay cierta crítica a la justicia, mostrada con ironía en el personaje del Fiscal encarnado por Brian Aherne. En parte juega con ella. Dos cameos de Hitch atrapando al espectador y poniéndolo a prueba si está atento a “sus travesuras “, en unas escalera altas al inicio, y luego saliendo como un parroquiano del templo central del argumento. Destaco fotos en segundo plano en el puerto y del bellísimo Chateaux de Frontenac, y de esa muralla medieval que rodea la ciudad vieja y algo habla en el contenido del argumento. El desenlace, esperable y aceptable, pues la justicia lo declara al sacerdote “not guilty”, pero no “inocente”, ante las dudas que suscita el hombre-sacerdote. Muy buena la persecución final del criminal y con cierta cínica mirada de Hithcock. La muerte del criminal, previo arrepentimiento y perdón del sacerdote, no se produce en un lugar sagrado sino en el Ball-Room del famoso Hotel del Chateaux: escenario, telón y salón de baile. ¡CINE!